Las Pléyades, cuyo nombre en griego homérico significa tanto “bandada de palomas” como “navegantes,” son conocidas en astronomía como el Objeto M45, un cúmulo estelar abierto visible a simple vista. Este cúmulo ocupa un lugar destacado en muchas mitologías, siendo incluso una de las pocas constelaciones mencionadas en la Biblia.
Puede que su nombre proceda de la palabra pleios, que quiere decir, abundantes, un montón y lo cierto es que, aunque a ojo desnudo sólo podamos apreciar 6 o 7 estrellas, con un telescopio casero se pueden contar más de 300 y se sabe que su número casi alcanza el millar.
O quizá su nombre provenga del verbo plein, navegar; esta denominación responde a la explicación de Plinio, según la cual, su aparición antes de amanecer, marcaba la temporada de iniciar la navegación en el Mediterráneo –esto sucede en mayo- ; mientras que su ocaso inmediatamente posterior a la puesta del sol, señalaba el momento de quedarse en tierra porque empezaban a soplar los vientos del norte. (Esto sucede en noviembre).
Se trata de un grupo de estrellas muy jóvenes, formadas hace entre 80 y 100 millones de años tras el colapso de una nube de gas interestelar. Comparadas con nuestro Sol, que nació hace aproximadamente 5,000 millones de años, las Pléyades son “unas niñas.” Sin embargo, su juventud no implica pequeñez: algunas de estas estrellas son hasta cinco veces mayores que el Sol.
Ubicadas en el plano central de nuestra galaxia, existe una teoría según la cual nuestro Sol giraría en torno a Alcyone, la estrella principal del cúmulo, convirtiéndose en “la octava Pléyade.” No obstante, las leyes de Newton y las distancias involucradas hacen prácticamente imposible que el sistema solar orbite alrededor de Alcyone. Es más probable que ambos sistemas compartan un movimiento relativo alrededor del núcleo galáctico, formando un ciclo mutuo en forma de hélice.
Aunque forman parte de la constelación de Tauro, las Pléyades constituyen un asterismo conocido desde la antigüedad. En tablillas sumerias aparecen identificadas como “Mul-mul”, el astro.
Diversas civilizaciones las utilizaban como medidoras del tiempo y referencia para los calendarios agrícolas. Cada civilización, además tenía sus propias creencias sobre ellas, por ejemplo:
Aztecas: Ellos las llamaron Tianquiztli “lugar de encuentro” y aprovecharon que, cada 52 años las Pléyades ocupaban exactamente el cenit a medianoche, para ajustar su calendario y realizar una ceremonia llamada “del Fuego Nuevo” para garantizar que la vida continuaba y el fin del mundo podía esperar.
Mayas: También las usaban como referencia para la medición del tiempo.
Egipcios: Marcaban el punto vernal (el inicio de la primavera), ellos creían que la raza humana había sido creada cuando el Sol se encontraba alineado con las Pléyades.
Indios norteamericanos: Cuentan que se trata del jefe indio “Cinta Larga” que, tras guiar a su pueblo desde otro mundo a la tierra a través de la Vía Láctea, fue premiado por su hazaña y llevado a vivir eternamente en estas estrellas.
Asia y Oceanía: En las tradiciones maoríes, las Pléyades son conocidas como Matariki, un presagio de cosechas y un marcador de año nuevo. En Japón, son llamadas Subaru, y representan unidad y conexión en los ciclos de la naturaleza.
África y Sudamérica: En las culturas africanas, las Pléyades eran vistas como señales de cambios estacionales. En los Andes, los incas usaban su posición para guiar sus calendarios y ceremonias relacionadas con la agricultura.
Babilonios: Las consideraban siete dioses benefactores y portadores de suerte, los sebittu.
Las Pléyades están rodeadas de historias y leyendas en todo el mundo.
Los indios kiowa de Wyoming narran cómo siete jóvenes fueron perseguidas por un oso, y el Gran Espíritu elevó la tierra donde estaban, llevándolas al cielo como estrellas. El oso dejó marcas en la Mato Tipila (Torre del Diablo) un lugar que aún se puede visitar.
Otros grupos de indios creen que representan niños danzantes que ascendieron al cielo tras girar vertiginosamente.
Las Pléyades eran siete hermanas, hijas de Atlas (el gigante que sostenía el cielo) y Pleione (una ninfa oceánica). Cada una tiene historias vinculadas a los dioses.
Tras un encuentro casual con el cazador Orión, las Pléyades y su madre se convirtieron en el objeto de su persecución. Para protegerlas de los incesantes avances amorosos de Orión, Zeus las transformó en una bandada de palomas que luego colocó en el firmamento.
Las Pléyades eran tan bellas que los mismos dioses las amaron. Sus nombres son:
Según otra leyenda, dicen que no fue Mérope, sino Electra abandonó el cúmulo tras la caída de Troya, convirtiéndose en un cometa. Este mito podría reflejar variaciones de luminosidad en las estrellas.
Los astrónomos creen que pudo ser Pleyone, se ha demostrado que la variabilidad lumínica puede llegar a la mitad de su magnitud.
Lo cierto es que a lo largo de toda la historia de los mitos de la humanidad, abundan relatos sobre “gigantes” ¿Atlantes? y acerca de una raza de hijos del sol, o hijos de los dioses, que enseñan a la humanidad las artes y la escritura.
Curiosamente, las últimas investigaciones acerca de los orígenes de la humanidad, tras elaborar un “árbol genealógico” para ver de dónde proviene nuestro ADN mitocondrial –ya que las mitocondrias se transmiten sólo por vía materna-, han demostrado que la actual raza humana proviene de siete mujeres diferentes, siete “Evas primordiales” que, en algún momento determinado, fueron las únicas en transmitir las mitocondrias que acabarían dando lugar al resto del género humano; sin que ello quiera decir que antes de estas siete antepasadas no hubiese “nada”, la coincidencia con los antiguos mitos que hacen referencia a la unión de los dioses con 7 míticas madres que ahora están en las estrellas de las Pléyades es verdaderamente enigmática.
Esta misma idea subyace en “La Doctrina Secreta” de Mme. Blavatsky, una de las creadoras de la teosofía, que fue publicada en 1888.